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Marrón, como yo.
Por Christopher Ard
Si hablas por teléfono conmigo en inglés, no tendrías ni idea que soy mitad mexicano. De todas formas, por suerte genética, la mayoría de la gente cuando me ve en la calle me dice "¡What’s up, mi amigo!” A mí me gusta contarles que tengo el gen marrón en mi familia es obvio en mis ojos, mi pelo y en el color de mi piel, sobre todo en el verano.
En New Orleans hubo un residente que se volvió famoso por tener el gen marrón. Benito Juárez nació en Oaxaca, México, en 1806. De herencia Zapoteca, Juárez se convirtió en héroe de México al separar la iglesia del estado, y al ser un dirigente de raíces indígenas. A mediados de 1850, Benito fue exiliado por su ideología liberal, y como la mayoría de los liberales perdidos del mundo, terminó (dos veces) en la ciudad de New Orleans.
Cuenta la historia que Benito Juárez vivió en New Orleans por tres años. Aunque Juárez era abogado en México, su vida en New Orleans no era lujosa. En algún momento trabajó armando puros en la calle St. Peter del Barrio Francés, y vivió una vida de pobreza en New Orleans hasta que regresó a México a expulsar a los gobernantes extranjeros y a transformar su país en una nación moderna. Muchos creen que su temporada en New Orleans influenció sus pensamientos sobre desigualdad y raza.
Como agradecimiento a la hospitalidad con la que acogieron a su héroe, el estado mexicano designó un artista para crear una estatua gigante de Juárez, que permanece exhibida en el lugar conocido como el Jardín de las Américas, ubicado en la Intersección de las calles Basin y St. Louis.
Hace 53 años, del 22 al 29 de abril, New Orleans celebró la “Semana de México”. La ciudad le dio la bienvenida a una delegación de 100 representantes de México quienes ayudaron a organizar la fiesta. Durante el acto conmemorativo se descubrió la estatua y el entonces embajador de México en los Estados Unidos Hugo B. Margain, dijo: “Juárez no está aquí como un simple regalo de una nación a otra, sino como un recordatorio para tanto jóvenes como viejos, que un origen humilde no es impedimento para grandeza, y que la pobreza de bienes mundanos puede ser sobrepasada por la riqueza espiritual”.
Esto me lleva al punto de mi historia --mí gen marrón--. Es a mi madre a quien le debo mi apariencia indígena. Ella fue la primera de su familia que nació en New Orleans, en el hospital Charity, para ser exactos. Mi abuelo le puso Tomasa, como su madre, quien permaneció en Nuevo León, México, sin saber el gran impacto que su nombre y su tono de piel tendrían en lo que parecía una New Orleans libre de mexicanos. Mi nombre es en inglés porque mi padre no iba a permitir un nombre mexicano para sus hijos, y mucho menos en plena década de los 70.
Este año para Semana Santa llevé a mi madre a su primer viaje a la Ciudad de México y a Guanajuato. No me imagino lo que ella estaba sintiendo al caminar por primera vez por las calles de una tierra en la que su cara y su nombre no son foráneos.
En México existe una palabra que significa "desastroso, lo peor imaginable, o caótico". Esa palabra es desmadre, y literalmente significa “sin madre”. Mi mamá me enseñó a ignorar los sobrenombres y a estar orgulloso de ser mexicano, y a la misma vez a identificarme con mis propias experiencias.
Una de las visitas en nuestro viaje era a la estatua de otro héroe mexicano, El Pípila, en Guanajuato. Para unir los cabos de este relato, la estatua de Benito Juárez en New Orleans y la de El Pípila en Guanajuato fueron creadas por el mismo artista, Juan Fernando Olaguibel.
Así que la próxima vez que pases por la calle Basin, busca la estatua de Benito Juárez --Presidente Nativo Americano de México-- y recuerda que él era tan solo un niño “marrón” de un pequeño pueblo en México, y que esto no fue un impedimento para que obtuviera su propia estatua en la calle Basin, ni para que lograra liberar una nación.